domingo, 1 de abril de 2012

La Memoria, con mayúscula.

Voy a hablaros de mi mayor miedo, mi fobia a olvidar...
Ahora mismo me siento un poco vulnerable, porque bueno, he aprendido a vivir con ello pero es algo que tan abiertamente no he hablado con nadie antes.

Desde pequeñita siempre me ha preocupado el pasado. En el sentido de ¿quién se va a acordar de que ha pasado ésto o lo otro? Porque yo me acuerdo. Me acuerdo has de las tonterías más insignificantes y mis padres alucinaban cuando les contaba cosas de las que ni ellos mismos se acordaban antes de haberlas nombrado yo.

Ésto es algo de lo que soy consciente desde hace relativamente poco. 
Tengo montones de diarios que escribía cuando era niña, y que no son los típicos diarios donde escribes que te has cruzado con el chico que te gusta en el patio, o que la profe es una petarda porque no te deja usar rotuladores...
En mis diarios, yo escribía que hacía sol, que mis zapatillas eran rojas, que un bicho me había recordado a otro bicho que había visto el verano pasado cuando estaba de vacaciones, que el conductor del autobús llevaba la camisa al revés y olía a regaliz... que a un chico de clase se le había explotado el tippex en la boca y parecía un perro rabioso porque además de escupir blanco lloraba porque le daba asco y le decían que se iba a morir porque el tippex es tóxico, que a mi compañera de mesa se le cayó un diente cuando le lanzaron una pelota de baloncesto en la cara, y que en vez de llorar se puso contenta porque el ratoncito perez iba a cambiarle el diente por dinero (a lo que yo añadía: “Esta niña es tonta... no sabe que el ratoncito Perez no existe, pero yo lo sé porque me lo han dicho...”)...

Hace un par de años o tres, nos mandaron un trabajo para clase, teníamos que escribir nuestra autobiografía. Y fue la única vez en mi vida que me ilusioné por hacer un trabajo.
Empecé a escribir... y a escribir... y a escribir... iba recordando año tras año lo que había vivido, desde el día en que me hicieron una cicatriz en la cara cuando aún iba a la guardería y ni siquiera hablaba, hasta lo que ni siquiera había ocurrido todavía.
Me dio mucha rabia tener que acortarla e ir saltándome cosas ya que para mí hasta el recuerdo más insignificante era crucial. En fin, una vez entregada mi autobiografía supe que aunque nadie me lo hubiera pedido, la habría escrito igual. Porque son cosas que no se deben olvidar.

Todo esto me lleva a hablaros de mi afición por la fotografía, que no es más que una excusa para que todo quede grabado. Ahora tengo los medios de no solo recordarlo yo, sino de que otros también lo recuerden.

Si algún día, por cualquier cosa yo perdiera la capacidad de recordar, confío en que vivir lo que para mi “YO vacío” sería una vida ajena lo más completa posible, fuera suficiente consuelo para seguir viviendo.
Es por eso, que cualquier objeto, cualquier palabra, cualquier canción es suficiente para guardarla conmigo. De hecho por eso lo guardo todo. Hasta el punto en que mi madre ha llegado a preguntarse si tengo síndrome de diógenes...

Puede que estéis pensando que vivo demasiado arraigada en el pasado, y puede que sea verdad. Pero no es lo que más me preocupa.
Hay algo que me inquieta todavía más.
Y es que el día que yo no pueda recordar estas cosas, no haya nadie para recordármelas. Con ésto quiero decir que siento la necesidad de hacer partícipes de lo que siento, lo que pienso y lo que hago, al mayor número de personas posibles para evitar que todo lo que he vivido y ha hecho que de alguna manera sea la persona que soy hoy, caiga en el olvido, ya que eso para mí significaría no ser nadie. 
Perdería mi identidad.

1 comentario:

  1. Pues mira, te pareces mas a tu tia que a tu madre, o a tu prima, eh ? Te propongo que en vez de escribir en este sitio una historia cada tres meses, lo llenes de recuerdos sin importancia, a ver si nos aburrimos menos al pasar por aqui.
    Un abrazo, Chis.
    (te he dicho ya que me gusta como escribes?)

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